miércoles, 13 de agosto de 2014

Costumbres curiosas: los porqueros.

Había por aquellos tiempos de la posguerra una costumbre que muchas familias tenían y que consistía en tener en los corrales de las casas (los que podían tener casa con corral) algunos animales, como cerdos, cabras y ovejas.

En casa de mis padres, que yo recuerde, teníamos un cerdo, al que todas las mañanas pasaban a recoger los porqueros. El cerdo, increíblemente, cuando llegaban a recogerlo y le abrían la zahúrda, salía obediente, recorría el pasillo de la casa, salía a la calle y se entregaba y obedecía las indicaciones del porquero que iba a llevarlos al campo, a pasear; mientras, caminando, se iban apipando de hierba fresca durante todo el día.

Al atardecer volvían a traerlos y el animal, cuando llegaba a la puerta de la casa de sus dueños, obediente y satisfecho, entraba, recorría de nuevo el pasillo, pasaba al corral y derecho de nuevo a su zahúrda. Así sucedía todos los días y nunca se supo que hubiera la pérdida de ningún animal.

Los porqueros cobraban una pequeña cantidad, que yo no recuerdo cuanto era corriendo finales de los 40 y principios del 50.

Llegado el invierno, y cuando el cerdito tenía ya 15 o 20 arrobas se hacía la matanza y había la costumbre de invitar a algunos familiares e incluso vecinos más allegados, con la sana intención de hacerlos colaborar en las fatigosas tareas de pelar ajos y cebollas, que eran ingredientes obligados y necesarios para elaborar, morcilla, chorizo y salchichón, y así pasábamos unos días muy entretenidos y hasta me atrevería a decir que felices. ¡Así nos parecían aquellos días por aquellos tiempos!

Estos productos, morcilla, chorizo y salchichones, se colgaban y solo así se conservaban durante muchos meses; otros, como los jamones, se conservaban en salazón, así como el tocino, también en salazón, que se guardaba en orzas.

Durante todo el año, poco a poco, se iban consumiendo y ayudaban en gran manera a las frágiles economías de aquellos años.

En la mayoría de las casas había alacenas que se hacían en el hueco de las escaleras; allí se ponían unas estanterías de madera para mantener los alimentos fresquitos. El agua en un barril de barro que se situaba en lugar estratégico en el pasillo para que el aire que corría mantuviese fresca el agua que contenía. Así pasábamos la vida, no había quejas, así nos sentíamos felices. De todas maneras, hoy se vive mejor, gracias al progreso.

Emilia Moyano
Belmez

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